No siempre entendemos lo que está pasando mientras ocurre. A veces, la vida nos pone en posiciones incómodas, nos desordena las certezas, nos cambia el eje. Y aunque nuestro instinto es resistir, aferrarnos, controlar (lo que aprendimos para sentirnos a salvo) justo ahí es donde aparece la oportunidad más profunda: confiar.
Confiar en que no todo lo que se ve al revés está mal.
Confiar en que incluso el caos trae consigo una forma nueva de mirar.
Confiar en que ser sostenida —por otros, por la vida, por mi propia fuerza— es suficiente.
Soltar no es rendirse.
Es abrir espacio para lo nuevo.
Es dejar de pelear con lo que no puedo cambiar y empezar a fluir con lo que sí puedo transformar: mi actitud, mi respiración, mi forma de estar.
Porque a veces, solo «patas arriba» nos damos cuenta de lo livianos que podemos sentirnos…
Y en ese desorden aparente, muchas veces nacen nuevas formas de habitarnos: más presencia, mas realidad, más vitalidad.
