A veces creemos que depender emocionalmente significa quedarnos inmóviles, esperando. Pero hay otra cara menos evidente: cuando “hacemos demasiado” para que el otro no se vaya.
Hoy quiero invitarte a mirar esta dualidad que habita en muchos vínculos humanos: la dependencia activa y la dependencia pasiva.
Ambas son expresiones de una misma necesidad profunda: sentirnos validados, amados y seguros a través del otro
Cuando amar se convierte en necesidad
La dependencia afectiva aparece cuando el sentido de valor, bienestar o seguridad personal depende del vínculo con otra persona. No se trata de amar, sino de necesitar para existir.
En este tipo de relaciones, la persona deja de reconocerse como protagonista de su propia historia y vive en función de mantener el lazo, incluso a costa de sí misma.
Desde la psicología humanista y sistémica, esta dependencia puede entenderse como una respuesta al miedo a la pérdida y al abandono; una forma de sobrevivir emocionalmente cuando no aprendimos a sostenernos desde dentro.
Dependencia activa: “Si no lo hago yo, todo se derrumba”
Efrén Martínez la describe como aquella forma de dependencia donde la persona actúa sin parar para garantizar la permanencia o el bienestar del otro.
No puede quedarse quieta: necesita demostrar su valor haciendo. Cuida, controla, rescata, se adelanta. Desde fuera parece fuerte, pero internamente vive en alerta, temiendo que, si no cumple ese rol, el vínculo se rompa.
Ejemplos frecuentes:
Personas que cargan con responsabilidades que no les corresponden por miedo a decepcionar.
Parejas que intentan “salvar” al otro, aun cuando eso las agote.
Familias que asumen el control total de un hijo en proceso terapéutico, sin permitirle autonomía.
Esta forma de dependencia disfraza la inseguridad con hiperactividad emocional.
El mensaje interno suele ser: “si no hago, no valgo”
Dependencia pasiva: “No digo nada para no perderte”
En la dependencia pasiva, la persona cede su voz y su deseo por temor al rechazo.
Siente que cualquier diferencia puede poner en riesgo la relación, así que calla, se adapta o justifica al otro. La pasividad no nace de la calma, sino del miedo.
Algunos ejemplos:
Quien se queda en una relación que ya no le nutre “porque no quiere estar solo”.
Quien acepta comportamientos injustos con tal de no ser abandonado.
Quien posterga sus propios proyectos por priorizar los del otro.
Efrén Martínez la define como una sensibilidad extrema al rechazo, donde el otro se convierte en fuente única de valor y seguridad.
El mensaje interno: “si muestro lo que soy, me quedo sin amor”.
Dos caras del mismo vacío
Aunque parecen opuestas, la dependencia activa y la pasiva comparten una misma raíz:
la dificultad de sostenernos desde la autonomía afectiva.
Ambas dependencias reflejan una forma de amor condicionada: me siento valioso solo si el otro está o me aprueba.
De la dependencia al sentido
Desde Tu Sentido pensamos que la sanación no está en romper el vínculo, sino en redefinir el sentido de amar y ser amado.
El amor saludable nace cuando puedo ser responsable de mí mismo sin perderme en el otro.
Cuando ya no necesito que me salven ni sentir que debo salvar.
Cuando amar se convierte en una elección libre, no en un intento de llenar un vacío.
Pregúntate:
¿Estoy actuando desde el amor o desde el miedo a perder?
¿Qué pasaría si dejara de controlar o de ceder?
¿Puedo reconocer mi valor incluso si el otro no me elige?
El camino de la autonomía afectiva no se recorre solo: requiere acompañamiento terapéutico, reflexión y un reencuentro con el propio sentido.
Para cerrar: el sustento científico
La literatura psicológica respalda estas observaciones. Investigaciones recientes muestran que la dependencia emocional se asocia con baja autoestima, ansiedad de apego y estilos relacionales disfuncionales (Castelló, 2005; Echeburúa & Amor, 2010; Martínez, 2013).
Desde un enfoque conductual contextual, Martínez (2013) propone que el patrón de dependencia se mantiene por refuerzos interpersonales, más que por una falta moral o de carácter.
Otras investigaciones, como la de Hidalgo (2017), demuestran que la dependencia emocional está relacionada con estrategias de afrontamiento poco eficaces y síntomas depresivos, especialmente en mujeres víctimas de violencia de pareja.
Referencias
Castelló, J. (2005). Dependencia emocional: características y tratamiento. Desclée de Brouwer.
Echeburúa, E., & Amor, P. J. (2010). Claves psicosociales para la permanencia de la víctima en una relación de maltrato. Psicología Conductual, 18(3), 449-465.
Hidalgo, E. G. C. (2017). Dependencia emocional, estrategias de afrontamiento al estrés y depresión en mujeres víctimas de violencia de pareja. PAIAN, 8(1), 33-48.
Martínez, S. A. (2013). Dependencia afectiva: abordaje desde una perspectiva contextual. Revista Latinoamericana de Psicología, 45(3), 447-458.
Conclusión con sentido
Amar no es dejar de ser.
Cuando reconocemos que la necesidad de control o de sumisión son solo intentos de asegurar el amor, podemos comenzar a amarnos distinto: con conciencia, con libertad y con propósito.
Porque solo quien se habita puede amar sin perderse.



